jueves, 29 de enero de 2009

Historia de un Alma

  • En 1989, hace veinte años, renuncié a un cómodo y bien remunerado puesto de trabajo en la Biblioteca del Congreso de la Nación, -debo ser el único que ha renunciado a un trabajo así en los últimos cincuenta años-, vendí algunos objetos de valor, entre ellos toda mi biblioteca (horror…) y me fui para Chile, acompañando a la Charito, una novia chilena con quien debía terminar, dejar en la puerta de su casa, lo mejor contenida posible. No sé si esa era una buena excusa, lo cierto es que me resultó bastante para partir; también, una situación personal demasiado tensa, debido a un divorcio con dos hijas que se venía tornando violento, no encuentro otra palabra mejor para definirlo.
  • También, hacía meses que había asumido Menem; ese 9 de julio se había hecho el primer desfile militar luego de la derrota de Malvinas, bochorno en el cual presencié dos cosas increíbles, desfilar gauchos, cosa que no me inquieta, pero con carros con jaulas con animales de campo, chanchos, corderos, incluso gallinas, esto era patético, como a un bastonero de un regimiento no atinar con el revoleo del bastón de mando, el cual había terminado luego de elevarse unos cinco metros, en medio de su cabeza, haciéndolo perder el paso; demasiada derrota en el alma tenían esos soldados, daban pena, tal la postal de un país postrado, lleno de vergüenza. Era como demasiado. El menemismo, que ya se animaba, me dio un ataque de profundo asco. Huí, sí, lo más lejos que puede, casi a 1400 km. En Santiago me quedé por dos años.
  • Y fui feliz en Chile, aún conservo amigos de entonces, Francisco y Felipe Riquelme, el Negro Bascuñán, José Miguel Infante, el Tatán Mugica, que aunque no vea seguido, nos vasta chiflarnos desde un extremo del mundo para oírnos, para saber que estamos cerca, hermanos de un montón de botellas de vino y de pisco que nos hemos tomando imaginando mundos. En Chile comencé a animarme en una carrera de cineasta que aún está inmadura, llena de altos y bajos, de alturas y de verdaderos pozos, agujeros negros. La historia que voy a contarles tiene que ver con la parte más triste y traumática de mi carrera, si así podemos llamarla. Podría decirse también de mi vida, de mi alma.
  • Empieza cuando regreso de Chile, a fines de diciembre de 1991, para pasar con mi familia, mis hijas y con mi vieja, que cumplía años el 18 de diciembre, las fiestas luego de dos años de distancia. La Argentina ya era entonces un aquelarre de pizza y champagne, habíamos vuelto a “tener peso”, el imperio de la globalización y del uno a uno. Los avatares de la cultura de la droga, el despertar de la cocaína en todos los círculos. Ser moderno y políticamente correcto, entonces, era llegar a una fiesta y llenarse la nariz de falopa, no hacerlo, era ya motivo de sospecha, lo cual te hacía portador de una insoportable mala onda, careta y agreta. Soy un campeón que siempre nadó contra la corriente. Encima siempre detesté la droga, todas. Así, lentamente, empecé a quedarme fuera de lo social, del mundo de la cultura, del cine, situación que con los años se fue tornando extrema.
  • Me reencuentro entonces con una antigua compañero del Congreso, una rubia picarona, que andaba entonces en pareja con un señor cercano a círculos de poder, puntualmente un estudio jurídico de abogados que se hacían ricos haciéndole juicios al Estado. Muy ricos, riquísimos. Entonces, uno de los socios, festeja su cumpleaños 50, sin mejor idea que gastar 250 mil dólares en la fiesta, inventa, para ello, un viaje hasta Centroamérica en tres land rover, con sus mejores amigos, durante tres meses. Sí, una Camel Trophic privé, para la cual incluso toman prácticas de supervivencia en Punta del Este, impartidas por mercenarios israelíes. Sí, todo esto suena fantástico pero era terriblemente cierto. El marido de mi amiga va en el viaje, creo que como cocinero.
  • Ahí se empieza a gestar la idea del guión de ese largometraje, que luego presentaría como proyecto ante el Instituto de Cine. Mi tercer proyecto. Los dos anteriores, “Réquiem” y “Cuerpo místico” habían sido rechazados. Este también lo fue, más allá de que había conseguido una Productora Ejecutiva top, que no tuvo mejor idea que transformar un presupuesto en cooperativa de medio millón de dólares, en otro de millón y medio, el día antes que venciera el plazo para presentarlo, cosa que en definitiva no hice.
  • Luego lo volví a presentar en cooperativa, apoyado entonces por un excelente elenco, el cual incluía al francés Michel Piccoli, atractivo que resultaba irrelevante para los jurados que evaluaban proyectos, operas primas. Mientras tanto, recibían fondos para hacer sus filmes, Víctor Laplace, Fito Páez, Leonor Benedetto, y una larga, larguísima lista de impresentables que se dedicaban sistemáticamente a realizar bodrios que no iba a ver nadie, para repartir los fondos del Instituto entre una corruptela de burócratas. La historia continúa, pero no es el tema de estas líneas.
  • “Los desalmados”, que así se terminó titulando el libro, era la historia de una banda de yuppies sicóticos, delirantes, quienes debían cumplir con el extraño deseo de un omnipresente jefe que los seguía noche y día desde una pantallita de cuarzo que portaba su silla de ruedas de última generación. Este demente, que era dueño de todo, reclamaba un capricho absurdo, cual era el regalo para su cumpleaños de “el alma del pueblo”. Sí, era media marechaliana la idea, metafísica, pera también cine noir, con dosis justas de sexo y violencia. También, tango, poéticas, ambientada en el barrio de la Boca, con una protagonista que se llamaba Alma, y un amigo periodista, feo y secretamente enamorado, quien tenía un programa de radio. La historia se iniciaba con la protagonista, Alma, recorriendo las calles de la Boca en bicicleta, mientras rolaban los créditos.
  • El script para los afiches callejeros decía así: “…y el alma de un pueblo es muy difícil de robar, sobre todo porque tal vez no la tuvo nunca, o la cambió porque le había dado un talle de alma equivocado, la suya era un almita small, nomás, o porque la empeñó para pagar unas deudas, o la perdió en una aventura nacional frustrante, o tal vez, porque las almas de los pueblos son como las golondrinas, van y vienen...” Sí, era un filme político, raro, poético, noir, y claro, con una potente estética en blanco y negro.
  • Había elegido entonces como protagonista a una morocha que venía del mundo del modelaje, estaba creciendo, y, la verdad, me partía la cabeza. Carolina Peleritti. Para mí ella podía encarnar de forma estupenda a Alma. Sí, me reanimaba a dirigirla. Su partenaire era Pablo Cedrón, lleno de talento, locura, y con una pinta gardeliana notable; encarnaba a un pianista diller, hijo de un dirigente gremial desparecido; Pablo, a quien ya conocía, era ideal para un personaje con harto conflicto. El tercero del grupo de los buenos, era el periodista radial, compositor de letras de tango, papel que le dejaba al amigo Eduardo Cutuli, el inolvidable carcelero de "Tangogro", actor de voz y nariz potente.
  • Alma era una piba de barrio, del barrio más emblemático de esta Buenos Aires, la Boca, quien trabajaba como empleada en una academia y tentaba sus primeros pasos en el mundo del tango, cantando. También era una historia de amor, “los desalmados”. El gran protagonista del filme era la locación, gigantesca escenografía teatral que ya Quinquela había sabido enmarcar en cuadros memorables, de grandes trazos.
  • Entonces, en los primeros meses de la Alianza, era director del Instituto un compañero que venía del mundo gremial, secretario general de SICA, el gremio del cine, peronista, buen tipo, el Tato Miller. Por intermedio del negro Juan Palomino, protagonista de otro proyecto fílmico, había conocido a Pablo Wiznia, abogado, asesor legal de SICA, quien se presentaba como Productor Ejecutivo en “La sangre en el ojo”, una comedia dramática policial con una pareja ex montoneros entrañables, patéticos, reperdedores, Palomino y el Puma Goity, el cual parecía que finalmente iba a contar con el soñado apoyo del INCAA.
  • No mucho tiempo antes, había presentado el libro de “los desalmados” en un concurso organizado por la productora Patagonic, el cual, según se chusmeaba en los corrillos, se hacía para que la novia del dueño de la productora, Leticia Brédice, quien tenía un contrato hollywodense con un caché mensual de 50 mil dólares, tuviera libro para un gran filme, un libro ganador de un concurso (de ahí salió “9 reinas”…).
  • Mi libro había sido preseleccionado junto con otros ocho. No tuve mejor idea que ir a retirarlo del concurso, para presentarlo por tercera vez, de nuevo, por mi cuenta en el Instituto de calle Lima. Sí, dos proyectos en danza, "La sangre en el ojo" y "los desalmados". Pocos meses más tarde, el compañero Tato Miller, quien daba apoyo político a esta aventura, moría de un cáncer galopante.
  • Adrián Suar era amigote y socio del dueño de Patagonic, Pablo Bossi, en más de un proyecto. Era cierto, Araceli González, mujer de Suar entonces, daba mucho mejor el personaje de esa piba del barrio de la Boca, Alma, que la Brédice. Ahí, ahí empieza la historia del plagio. Quién era yo, un auténtico don nadie, como para permitirme el atrevimiento de retirar de concurso un libro ya preseleccionado, para presentarlo por propia cuenta encima.
  • Sí, yo era un desubicado, un verdadero loco. No merecía otra cosa que todo lo que luego terminó pasando. A partir de entonces, en las bases de todos los concursos habidos y por haber en la Argentina, hay una cláusula explícita en donde queda terminante prohibido retirar obras ya presentadas. Pobre aporte a la historia de la cultura nacional el mío...
  • Esta historia, la del robo, voy a ir contándola por entregas, como una apasionante fotonovela, llena de pasión, de traición, de crímen e intriga. También voy a subir documentación, ambos libros, el de Jorge Leyes y el mío, el expediente judicial, la pericia, fotos y revelaciones sorprendentes, incluso el texto de la ley Noble, de propiedad intelecutal, para hacer docencia, y, de paso, darle al lector elementos para que saque sus propias conclusiones.
  • Este año se cumplen ya diez de entonces. Tiempo suficiente como para que empiece a revelar esta historia. Ustedes se preguntaran qué me mueve a hacerlo. La respuesta no es tan difícil. Busco lo que todos, Justicia. Aunque me lleve otros diez o veinte años llegar a ella. La verdad, estoy cada día más joven.